Juana de Arco, otra aventura de Jehn
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Jhen, "Juana de Arco" de Jacques Martin y Jean Pleyers
Admiro tanto la obra de Hergé y sus discípulos que, cada vez que termino uno de sus álbumes, tengo la sensación de que ese par de horas que suele llevarme su lectura no ha hecho justicia a los ímprobos esfuerzos -siempre de varios años- que tan queridas páginas cuestan a sus autores. Esas largas e interminables jornadas, que a todas luces dedican al paciente dibujado y coloreado de tan queridas viñetas, merecerían una lectura tan larga como la de esos novelones de Balzac a los que me entrego con tanto placer durante varias semanas. Sin embargo, desde que hace cincuenta años descubrí La estrella misteriosa -aún no sabía leer y no pude ir más allá de la fascinación que me causaron las viñetas del maestro- raramente he tardado más de un par de horas en dar cuenta de estas aventuras.
Deseoso de prolongarlas de una u otra manera, a la vez que de contemplar los dibujos de Jean Pleyers con todo el detenimiento que se merecen, he escrutado algunas viñetas de Juana de Arco con lupa. Con ello me he ratificado en la idea de que las aventuras de Jhen son unas de las visiones de la Edad Media más fidedignas que me han sido dadas. Pero no he conseguido prolongar el placer de la lectura de esta entrega más allá de esas dos horas.
Sabiendo que las primeras secuencias de esta serie son las que se dedican a dar noticia de cómo Jhen intenta salvar a Juana de su destino en la hoguera, en un principio, lo que más me llamó la atención de este episodio fue su alusión en el título a la Doncella de Orleáns. Pero es a las falsas Juanas, que se hicieron pasar por La Pucelle tras el sacrificio de la verdadera, a quienes aluden aquí Jacques Martin y Jean Pleyers. Una de ellas es desenmascarada, junto con sus secuaces, cuando intentan robar a los aldeanos para los que Jhen ha tallado un belén. Aprovechan que los lugareños se han reunido en la iglesia con motivo de la Nochebuena invitándoles a compartir sus manjares. Este fragmento -doce páginas-, bien puede entenderse como un prólogo.
La aventura en sí da comienzo cuando Jhen abandona la aldea y se encuentra con su amigo Gilles de Rais y su tropa. Juana de Arco también es la segunda entrega de la trilogía dedicada al nefasto mariscal. Aquí, al igual que en El oro de la muerte -primera entrega del tríptico, amen de la aventura inaugural de la colección- se habla de los hediondos humos que suceden a las desapariciones de niños secuestrados de sus aldeas para saciar los execrables apetitos del señor de Rais. Jhen, en ese intento de justificar lo injustificable por parte de los autores, siempre condena las atrocidades que supone a su amigo. Así las cosas, cierta sensación de déjà vu -que en modo alguno ha mermado la dicha de esas dos horas- ha gravitado en mi lectura. Déjà vu acrecentado por el tema mismo del álbum. Acogido en la tropa del mariscal, Jhen se dirige con ellos a asediar el castillo de Croussy. Su objeto es "expulsar a un capitán de mercenarios que se ha instalado allí con la protección del inglés".
Considerando que Los desolladores trata sobre el asedio sufrido por Jhen en la ciudad de La Gore, es natural que Juana de Arco me haya parecido una variación del mismo tema desde que la tropa llega al castillo de Croussy y comienza a ponerle sitio. Jhen, siempre en sutil liza con su amigo el mariscal, decide abandonarle argumentado que en El oro de la muerte el señor de Rais prometió no guerrear más.
Su nuevo destino es el castillo de Tiffaugues, la fortaleza del señor de Rais. Sabido esto, imagino Tiffaugues como la casa común. Algo así como Moulinsart a las aventuras de Tintín. Pese a que el mariscal sigue guerreando en Croussy, Jhen se dirige a Tiffaugues como si viviese allí. Apenas llega, se arrepiente de haber abandonado a su amigo frente al enemigo y regresa a Croussy para idear una estrategia que pondrá fin al asedio. Es entonces cuando los mercenarios protegidos por el inglés juegan su última carta asegurando que defendían a Juana de Arco, que se la habían confiado los ingleses para entregársela a los enviados de Carlos VII. Huelga decir que se trata de otra falsa Juana. Descubierta por el mariscal, quien sí combatió a los ingleses junto a la verdadera, es llevada a un convento para vivir en su clausura lo que le quede de vida.
Ya en las últimas viñetas se presentan Estausche de la Gore y sus compañeros. Son los mismos jinetes con los que cabalgará Jhen al comienzo de Los desolladores, el álbum siguiente. Comprendo así la variación sobre el tema del asedio narrado en aquella entrega que supone Juana de Arco. Muy probablemente, en 1980, cuando Jacques Martin -el guionista- terminó esta última, sintió la necesidad de contar el sitio a una fortaleza desde dentro. Decidió escribir Los desolladores, aparecida en 1984.
Estas alteraciones de la cronología natural de las colecciones en modo alguno me molestan. Antes al contrario, me descubren -con la misma satisfacción que lo descubro todo en estos álbumes- el afán de crear su propio universo por parte de los autores.
Me inicié en la lectura del cómic belga, de esa maravilla que llamamos "Línea clara", con el orden de publicación de las primeras y segundas ediciones españolas de las aventuras de Tintín. Si los pies de imprenta de mis álbumes no fallan, llegaron a las librerías por primera vez en 1958, con la aparición de El cetro de Ottokar. Así pues, no guardan relación alguna con su concepción por parte del gran Hergé, quien como es sabido alumbró al infatigable reportero en enero de 1929, en las entregas de Tintín en el país de Soviets aparecidas en Le Petit Vingtième. Se sabe igualmente que el primer álbum propiamente dicho, Tintín en el Congo, apareció en Casterman 1946.
Casterman también fue la primera editorial de Juana de Arco, que acabo de leer con tanto placer en su edición española de NetCom 2. Traducida con brillo por Miguel Bermejo, me ha permitido seguir adentrándome en el universo de Jhen con sumo agrado.
Publicado el 14 de enero de 2014 a las 13:30.